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La princesa cisne


Había una vez una joven princesa, hija de un rey muy rico y poderoso. Ella era muy bella desde muy niña, y se acercaba el dia en que tendría la mayoría de edad.

Sus padres llevaban preparando un gran banquete en honor a ese día tan especial. Además tenían planeado al día siguiente presentar a su hija en palacio a 10 príncipes candidatos a casarse con ella, venidos de los más prósperos y nobles lugares.

La princesa no sabía nada de estos arreglos, era algo que sus padres guardaban en secreto para ella como habían hecho durante generaciones. La verdad era que la princesa amaba también en secreto a otro príncipe desde hacía tiempo…




Ese príncipe, por supuesto no estaba en la lista de candidatos prevista por el rey y la reina. En palacio y en el pueblo todo era alegría: los reyes por ver pronto a su hija casada con un príncipe muy rico y distinguido, y la princesa feliz porque al ser mayor de edad podría salir a encontrarse con el príncipe que realmente amaba.

Ellos se conocieron un día, siendo niños, cuando el príncipe había salido con su padre a cazar. La princesa había salido con su madre y su séquito de sirvientes al campo a recoger flores. La princesa salió corriendo en cierto momento tras una mariposa y al llegar a un lago se encontró con el príncipe niño, que había salido por su cuenta un momento a explorar la zona sin alejarse demasiado.

En ese instante los ojos de ambos brillaron como una estrella fugaz, el amor surgió al instante. Sin saber cómo, sin poder explicarlo ninguno de ellos, sentían que se conocían perfectamente… Pasaron  más de una hora hablando, riendo, jugando… Cuando de repente el sonido de una trompeta avisó al pequeño príncipe que debían regresar a palacio.

Sin saber cómo despedirse, como solían hacer en tiempos la nobleza, intercambiaron unos objetos personales con el escudo de la familia: él le dio un pequeño broche de oro con el que sujetaba su capa, y ella le dio una diadema también. Ambos, sin decirlo en alto, pensaron en la misma excusa que darán a sus padres: “ se me perdió en medio del bosque mientras corría..”





La princesa no volvió a ver al príncipe desde aquel día, y ese amor creció y creció en su interior. Cada noche abrazaba en su pecho el broche de oro que le dio el príncipe, queriendo recordar que no fue un sueño. El príncipe también hacia lo mismo con la diadema de la princesa, guardándola en secreto desde aquel día.

Llego el día de la celebración de mayoría de edad de la princesa. Se hicieron fiestas en todo el pueblo desde el amanecer, y nadie tuvo que trabajar aquel día. Se regalaron presentes, comida y ropas lujosas a todos los habitantes para festejar el gran día. Tal era la riqueza y generosidad de la noble familia real.

Tal fue el alboroto que se formó aquel día, que llego a oídos del lejano reino del príncipe que ella amaba. Era un día de viaje llegar allí, pero el príncipe cogió el caballo más fuerte y veloz y llego en la mitad de tiempo. Fue presagio del destino que una pérfida bruja se diera cuenta de lo que estaba pasando también, y quiso presentarse en el palacio de la princesa para lanzarle una maldición. Solo porque la bruja nunca había conocido el verdadero amor…

Justo al caer la noche, en el momento en que el rey iba a brindar en medio del banquete y anunciar que al día siguiente su hija conocería a su futuro esposo, se presentó en la sala la bruja pérfida. Vestida totalmente de negro y con una cara desencajada, riendo a carcajadas pronunció un conjuro y termióo diciendo finalmente: 

-    “Serás un cisne y ningún hombre podrá amarte a menos que demuestre su amor por ti”

Al instante, la princesa desapareció en medio de una nube de humo. Todos los presentes se exaltaron, gritando “¿Dónde está la princesa?”. Tal era el alboroto que nadie se fijó en el delicado cisne que empezó a correr asustado por todas aquellas personas gritando y corriendo de aquí para allá…

La princesa salió del palacio y llegó corriendo, de noche, cansada y hambrienta, a orillas del lago en que ella y el príncipe que amaba se conocieron. Entonces de repente empezó a llorar, sintiéndose muy sola y desconsolada, sin darse cuenta aún de que no había comido nada en todo el día pensando donde estaría su amado.





Precisamente en pocos minutos llegó el príncipe al palacio, y preguntó inmediatamente por la princesa. Le respondieron que una bruja la había hecho desaparecer, lanzándole una maldición. No le dijeron más, y el príncipe se echó las manos a la cabeza y se preguntó mil veces por qée no habría llegado antes…

Fue a hablar con sus padres, tratando de calmarles pero no era posible… Incluso llegaron a enfurecerse con él porque no sabían quien era ni que pretendía. El príncipe con sabiduría comprendió que era mejor no seguir hablando en ese momento, ya que prácticamente no se conocían…

En ese momento el príncipe salió cabalgando sin saber qué hacer. Solo quería alejarse de todo, ya nada tenía sentido sin su amada… La princesa en su llanto acabó dormida en medio de unos matorrales cerca del lago. 

Brillaba la luna llena en un cielo despejado y radiante. Para el príncipe todo era gris y oscuro. Llegó por instinto al lago en que conoció a la princesa. Bajó de su caballo y se arrodilló donde el agua le cubría hasta las rodillas. Miró a la luna que se reflejaba en el agua, y llorando desconsolado le preguntó en alto:

   -    “Luna… tu que eres luz y sabiduría.. ¿sabes cómo devolver a la vida a mi amada?. Por favor dime que he de hacer y lo haré sin dudarlo…”

Las lágrimas del príncipe cayeron al lago. Era un dolor sincero. Un amor verdadero.

El príncipe volvió a duras penas a su caballo y regresó a su palacio, desconsolado, cansado y destrozado. Mas nada quedó en vano… El hada del lago, hija de la Luna, escuchó al príncipe de principio a fin. Vio su sinceridad, su nobleza y generosidad,  a la vez que su valor y desapego al meterse en el agua sin dudarlo y preguntar a la Luna…




El hada tenía el poder de la luz, y si, podía deshacer el hechizo de la bruja oscura. Pero debía existir una muestra de amor verdadero del príncipe a quien era la princesa ahora…  Decidió hablar con su madre y le pidió que inspirase con su luz al príncipe en sueños, para que le llevase al lago cada día y así encontrarse con la princesa cisne. Seguramente acabaría dándose cuenta de quién era ella y el hechizo se acabaría deshaciendo.

Pasaron los días, pasaron los años y cada noche la Luna lanzaba rayos de esperanza al príncipe, quien no cesaba de soñar con la princesa. Y en sus sueños siempre la veía en el lago rodeada de luz…

Ya habían pasado diez años. La princesa había estado al cuidado del hada del lago, protegiéndola en todo momento, dándole toda su fuerza y sabiduría, y prometiéndole que gracias a su madre Luna conseguiría que el príncipe volviera a por ella.

La noche anterior el príncipe tuvo un sueño profundo y extraño. Sin saber cómo ni por qué, cogió su caballo aquella mañana y decidió ir hacia el lago. Al llegar allí, recordó la noche en que se arrodilló dentro del agua y preguntó a la luna, prometiendo hacer lo que fuera necesario por recuperar a la princesa. Ahora lo que veía era el azul claro del cielo. Le invadió una profunda sensación de esperanza…





En ese momento, a lo lejos y entre el brillo de las olas del lago, vio a un hermoso cisne. Él quiso acercarse más para verlo, y la princesa al darse cuenta de quién era, se asustó y decidió irse para que no la viera de aquella manera. No, no de aquella manera.

El príncipe había tenido la sensación de haber estado viviendo un sueño. Entre la luz  reflejada de las olas, ver un cisne blanco como la luna y tan bello..  que le hizo recordar a su amada. Y verlo desaparecer al intentar acercarse, le llevo a imaginar si no sería ella realmente, en su sueño.

Desde aquel día, como le pareció tan real lo del día anterior, decidió volver al lago para intentar tener esa misma experiencia que le daba la sensación de salir de la oscuridad y depresión en las que estaba tan sumido desde hace años.





La princesa volvía a aparecer, como cisne, entre las olas y siempre entre el reflejo de los rayos de sol. El príncipe cada vez la veía a ella más que al cisne, y ella no dejaba de pensar en él cada noche y cada día deseaba verlo también. 

Cierto día, la princesa cisne decidió en acercarse a el más para verlo más de cerca y poder tocarlo, aunque fuera un momento… Cuando la princesa se acercó, el príncipe que era muy amante de los animales, sintió un cariño especial por el cisne, y lo acarició suavemente. En seguida se dio cuenta de que algo era muy extraño, que un cisne no solía acercarse por sí solo y mucho menos, dejarse acariciar de forma afectuosa.

Aun así, el príncipe en su sabiduría y nobleza comprendía que era solo un cisne, y que tal vez por acudir cada día al lago habría tomado confianza con él. Le dio un poco de comida y el cisne la tomó. Poco a poco, al pasar los días, el cisne cada vez permanecía más tiempo a su lado.




Casi un año después, y habiendo rechazado a más de cien candidatas a esposas de su reino, el príncipe se sentía enamorado del cisne. Tanto, que decidió ponerle sobre la cabeza la diadema que la princesa le había regalado. Ya la había ajustado en palacio para que se ajustara a la cabeza del cisne, y como veía que misteriosamente comprendía todo lo que le decía, le dijo:

   -    “Linda, hoy te voy a dar un regalo. Era de alguien muy especial... Te lo voy a dar porque me recuerdas tanto a ella y emana de ti tanta luz y hermosura que pienso que eres digna de llevarlo en su nombre”

Y el príncipe llamó al cisne por su nombre de princesa, haciendo llorar de emoción al cisne. Al colocarse la diadema –previamente ajustada- sobre su cabeza, el cisne casi se desploma.

El príncipe lo sostuvo como pudo, y recordando como solía actuar con los animales para intentar calmarlos, le sostuvo con ternura entre sus brazos y acarició suavemente la cabeza…

En ese momento, el príncipe al ver los ojos del cisne no pudo evitar besarlo. Y en ese momento, en medio de una intensa luz en medio del lago, la princesa volvió a ser una bella mujer.

Ambos regresaron al palacio de la princesa para dar a sus padres la alegría de su vida y de inmediato concedieron la mano de su hija al príncipe, a quien rindieron todo tipo de honores e incluso nombraron Santo por haber devuelto a su hija a la vida.





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